sábado, 2 de mayo de 2009

Can Ravell

Podría estar refiriéndome a la mantequería de la calle Aragó, o tal vez podría estar recordando el ya cerrado "menjador de Can Ravell", pero en realidad me inspira esa rebotica ya desaparecida, muerta de éxito. Debió ser a principios de la década que terminamos cuando me acostumbre a ir a Can Ravell. En la entrada, unos estanterías abarrotadas de productos deliciosos, de los que nutren incluso al verlos. Maltas épicos, como Benrromach, o Caol Ila, brandys de Jerez y Málaga, cognacs franceses, calvados, rones centenarios fabricados en una Cuba aún española, salmón, quesos, embutidos, especies, cacaos, sales (flor, gema del himalaya), vinos de cualquier parte. Si consigues atravesar este espacio, llegabas a una gran mesa, de unos 3 o 4 metros de largo y con bancos a ambos lados. Llegabas y te sentabas, se comía a mesa corrida. Yo iba con Carles y Neus, a quienes debo tanto. Una vez me toco al lado unos famosos periodistas radiofónicos y humoristas catalanes. Era el día de Sant Jordi, y habían coincidido con una poetisa de San Sebastián, que había venido a Barcelona a firmar libros. Poco a poco, y con la soltura que da el vino y la buena mesa, aquella pobre mujer se fue metiendo en las fauces del lobo, recitaba sus poemas para mayor burla de todos los presentes, siguiendo el guión no escrito de los bufos. Cuando marcharon, la poetisa me toco a mi, e intente que entrase en contacto con la realidad. Fue imposible. Que chicos tan simpáticos, me decía. Otra vez me tocó un grupo de turistas americanos, que habían llegado hasta allí siguiendo los pasos de alguna buena guía. De ellos recuerdo la cara de susto cuando el camarero les trajo medio cordero en un plato de hierro. Se diría que hubiesen preferido una hamburguesa. En el Menjador de Can Ravell, restaurante pijo, finolis, caro, y cerrado, comí en cierta ocasión, que susto. Tengo la costumbre de dar a elegir los vinos a mis acompañantes, en este caso era un cliente que no se andaba por las ramas. Quiso el azar que la carta acabase en mis manos. Si en Can Ravell hay una botella que llevaba el precio de 1.000.000 de pesetas, más para decorar que para otra cosa, en esa carta había varios vinos de 600 euros, y de 1.000, y de más. Que espanto, ¡oiga, que es un cliente! ¡no me tiro a su mujer! Un servicio de porcelana muy delicado, con grandes bordes decorados con pan de oro, una cubertería de plata, alpaca o simulando esos diseños barrocos y una cristalería fina, completaban la ambientación. Una comida demasiado refinada para mi limitado paladar. De la fusión de la mesa corrida y el rstaurante de tiros largos, nace el nuevo Can Ravell, en la misma ubicación de la mantequería, pero en el piso de arriba. Se accede atravesando el mismo espacio, por el final de la tienda, pasas por donde se ubicaba la mesa original, el principio de todo, dicen que las estanterías que rodeaban la mesa original, los clientes guardaban sus propias botellas de licor, para los chupitos del final. Después atraviesas parte de la cocina, una escalera de caracol y apareces en el comedor. Hay varias salas, comedores privados, y una sala grande con multitud de mesas clones a la original. Pero claro, ahora llegas, y como hay varias y no están llenas, no te sientas al lado de nadie, inauguras tu propio espacio. Si alguien más lo usa, es en el otro extremo, dificilmente se intercambia palabra con comensales ajenos. La comida sigue siendo tan deliciosa como la del Ravell original, sencilla y basada en un producto de gran calidad. Servida en la sofisticada vajilla, algo desportillada ya, del Menjador. Al menos algunos platos, de repente, vienen con esa ancha orla de oro. Precio cerrado del menú, pero es un menú caro, y lo existe el peligro de que vinos o licores lo encarezcan notablemente. Es un lugar curioso, de los que me alegra decir que conozco, y al que sin duda volveré, aunque para compra productos para paladar delicado, siempre fui más del Murria, me confieso culpable, también he comprado en Ravell. Can Ravell, Aragó 313. http://www.ravell.com, teléfono 934575114.

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